martes, 19 de mayo de 2015

LOS CENOTES VENTANAS A LA BIODIVERSIDAD DEL SUBSUELO

LOS CENOTES VENTANAS A LA BIODIVERSIDAD DEL SUBSUELO



Los cenotes de la Península de Yucatán son conocidos mundialmente por su significado mítico, ya que en tiempos prehispánicos algunos eran usados para lanzar a sus aguas los cuerpos de jóvenes sacrificados a los dioses. Sin embargo, el valor de los cenotes como ventanas abiertas al conocimiento de la biodiversidad subterránea de los terrenos cársticos sólo ha adquirido verdadera importancia en los últimos tiempos.
                                                                                                            
La palabra cenote proviene del vocablo maya dzonot, que significa hoyo en el suelo. Estos cuerpos de agua están conectados con las corrientes de aguas subterráneas, verdaderos ríos que mantienen una dinámica en ellos. Generalmente los cenotes se forman cuando se derrumba el techo de las cavidades subterráneas que se habían creado debido a la disolución del carbonato de calcio de la roca madre.
Existen varios tipos de cenotes. Algunos son abiertos y de forma cilíndrica con paredes verticales que llegan a unos cuantos metros de la superficie del agua, como por ejemplo el cenote sagrado de Chichén Itzá. Otros, en cambio, de tipo de caverna o de cántaro tienen una salida estrecha a la superficie y en ellos la luz es muy reducida. En los cenotes más cercanos a la costa, como la mayoría de los del estado de Quintana Roo, el nivel de sus aguas está mucho más cerca de la superficie del terreno y contienen agua marina sobre la que flota una capa de agua dulce. El nivel de las aguas de estos últimos cenotes depende de la fluctuación de las mareas.
En los cenotes habita una gran diversidad de especies. Por el relativo aislamiento de estos cuerpos de agua, su historia geológica y sus características geográficas, muchos de los organismos que viven en ellos son endémicos. Se reconoce que un considerable porcentaje de las especies características de las grutas o de los cenotes de Yucatán son de origen marino, e invadieron el ambiente de las aguas continentales precisamente por los conductos subterráneos.
"Por la información disponible hasta ahora, creemos que debe existir una gran variedad de estructuras tróficas en los cenotes abiertos de Yucatán, y así lo indica el hecho de que entre los cenotes abiertos existe una composición fitoplanctónica que puede ir desde los dominados por cianofíceas y clorofíceas que prestan una tonalidad verde azulada a sus aguas superficiales, hasta los muy transparentes en los que dominan los grupos de criptofíceas y diatomeas. Y aunque es bien sabido que el fitoplancton es muy cosmopolita, el aislamiento entre los cenotes abiertos permite plantear la hipótesis de que puedan considerarse como "islas", y que en ellos debe haber ocurrido una gran diversificación específica o morfológica, incluso en el fitoplancton.
Asociados con los cenotes viven muchas especies que no son precisamente acuáticas. Insectos, reptiles, aves y mamíferos se acercan a esta fuente de agua y mantienen una relación con ella. Podría decirse que los cenotes constituyen una especie de oasis de los territorios yucatecos. Sin embargo, entre los peligros a que están sujetos los cenotes se cuenta el de ser usados como basureros. Un hoyo en la tierra, a veces escondido por el techo de una cueva, les parece a muchos un sitio perfecto para echar la basura, lo que perturba las condiciones naturales del cenote y puede llegar a provocar la desaparición de especies y la colonización del lugar por ratas y otras plagas.
Otro de los peligros para los cenotes, que son ecosistemas frágiles, es la devastación de la vegetación de sus bordes y alrededores. Al respecto nos explica el doctor Gerardo Gold Bouchot, director del CINVESTAV-IPN, Unidad Mérida: "Los cenotes no son ecosistemas acuáticos típicos que toman el carbono de la atmósfera, sino que reciclan su propio carbono a partir de la degradación de las hojas de mangle y de los otros tipos de vegetación que crezcan en sus bordes, y también de la disolución de las paredes del cenote. Esta situación los hace muy vulnerables a cualquier cambio drástico que ocurra en su ambiente, por lo que conviene ser muy cuidadosos al respecto."
Las alteraciones debido al uso turístico de los cenotes ha traído grandes cambios en sus ecosistemas, ya que en muchos casos se instalan en el lugar luces permanentes, que alteran totalmente el medio oscuro en que acostumbraban a vivir estos organismos. También se extrae de ellos una gran cantidad de agua para los complejos turísticos, además de los cambios directos que se hacen en las estructuras de algunos cenotes o de sus conductos para utilizarlos como atracción turística.
Una de las teorías más espectaculares sobre la formación del anillo de cenotes al noroeste de Yucatán es la que sostiene el doctor Luis Marín, del Instituto de Geofísica de la UNAM y otros autores que plantean que el anillo semicircular de cenotes, de 180 km de diámetro, es consecuencia del impacto del meteorito Chicxulub, que chocó con la Tierra en el Terciario y formó una zona semicircular de gran permeabilidad en la cual las aguas subterráneas pudieron socavar la roca."
La única fuente de agua dulce que tiene la Península de Yucatán son sus aguas subterráneas. Los cenotes, ventanas abiertas a estas aguas y a la biodiversidad que albergan deben ser objeto de un cuidado muy especial. Hace más de 500 años algunos cenotes eran considerados sagrados; en estos tiempos también debe considerarse sagrado el deber de conservar la limpieza de sus aguas, la pulcritud del ambiente que los rodea y el maravilloso mundo biológico que los habita.
Aún no se han colectado ejemplares de muchas especies de cenotes y cuevas mexicanas.
Hace pocos años se descubrió el crustáceo más primitivo del mundo, el Speleonectes tulumensis, en Quintana Roo. Este pequeño crustáceo de la clase Remipedia, vive en los conductos inundados que interconectan dos o tres sistemas de cuevas cerca de Tulum, en el estado de Quintana Roo, de donde es endémico. (Ilustración tomada de Microscopic Anatomy of Invertebrates, vol. 9, 1992.

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